It (Eso)


Stephen King
Fragmento

Uno ríe porque lo que da miedo, lo desconocido, es también lo que divierte.

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Lo miraban expectantes, con ojos afligidos y levemente esperanzados, pero Stan no pudo explicar lo que sentía. Se le habían acabado las palabras. Había un cumulo de sensaciones dentro de él y no encontraba las palabras adecuadas. Podía ser muy meticuloso, muy seguro de sí, pero tenía sólo once años y apenas había terminado el cuarto curso.

Quería decirles que había cosas peores que tener miedo. Podías tener miedo a los coches cuando vas en bicicleta. Podías tenerle miedo a la polio. Podías tenerle miedo a ese loco de Kruschev. Podías tener miedo de ahogarte si nadabas donde no tocabas fondo. Podías tener miedo de muchas cosas y seguir funcionando.

Pero lo de la Torre-depósito…

Quería decirles que esos niños muertos, los que habían bajado por la escalera de caracol en la oscuridad, habían hecho algo peor que asustarlo: lo habían ofendido.

Ofendido, si. Era la única palabra que se le ocurría, pero si la pronunciaba se reirían de él. Le tenían cariño, sin duda, y lo habían aceptado como a un igual. pero aún así, se reirían de él. Sin embargo, había cosas que ofendían el sentido del orden de cualquier persona cuerda, ofendían la idea esencial de que Dios había dado a la tierra una inclinación sobre el eje para que el crepúsculo durara sólo veinte minutos en el ecuador y más de una hora en lo polos; que, después de hacer eso, había dicho: “Bueno, si pueden calcular la inclinación, podrán calcular todo lo que quieran. porque hasta la luz tiene peso y cuando la nota de un silbato desciende bruscamente es por el efecto Dopler y cuando un avión rompe la barrera del sonido el estruendo no es el aplauso de los ángeles ni la flatulencia de los diablos, sino el aire que cae de nuevo en su lugar. Yo les di la inclinación y me senté en la platea para presenciar el espectáculo. No tengo otra cosa que decir salvo que dos más dos son cuatro, que las luces del cielo son estrellas, que si hay sangre los adultos la ven tanto como los niños, y que los niños muertos muertos están.”

Se puede vivir con el miedo, habría dicho Stan, si hubiera podido. Tal vez no eternamente, pero si mucho tiempo. En cambio, con la ofensa no se puede vivir, porque abre una grieta en tu pensamiento y si miras dentro de ella ves que allí hay cosas vivas, cosas con ojos amarillos que no parpadean y que huele muy mal en esa oscuridad. Y al cabo de un rato acabas por pensar que tal vez haya todo un universo distinto allá abajo, un universo donde hay una luna cuadrada en el cielo, donde las estrellas ríen con voces frías, un universo donde algunos triángulos tienen cuatro lados y otros cinco, y otros cinco a la quinta potencia. En ese universo puede haber rosas que canten.

Todo lleva al todo, les habría dicho, si hubiera podido. Ved a vuestra iglesia y escuchad esas historias de que Jesús caminó sobre las aguas, pero si yo viera a un tipo haciendo eso gritaría hasta quedarme ronco. Porque a mí no me parecía un milagro sino una ofensa.

Como no podía decir nada de eso, se limito a insistir:
– Asustarse no es problema. Pero no quiero meterme en algo que me haga terminar en el manicomnio.
– Pero ¿Nos acompañarás a hablar con él? – pregunto Bev –. ¿Escucharás lo que nos diga?
– Por supuesto –dijo Stan y se echó a reír –. Tal vez convenga llevar mi álbum de pájaros.
Todos rieron. Y de esa manera resulto más fácil.