Las partículas elementales



Michel Houellebecq
Fragmentos

El sexo, una vez diferenciado de la procreación, subsiste no ya como principio de placer, sino como principio de diferenciación narcisista; lo mismo ocurre con el deseo de riquezas.
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Porque la mutación metafísica operada por la ciencia moderna conlleva la indiciduación, la vanidad, el odio y el deseo. En sí, el deseo, al contrario que el placer, es fuente de sufrimiento, odio e infelicidad.
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Al poner la mano en el muslo de Caroline, Bruno casi la estaba pidiendo en matrimonio. Estaba viviendo el principio de su adolescencia en un período de transición. Dejando aparte algunos precursores –de quienes sus padres eran un penoso ejemplo–, la generación anterior había establecido un vínculo excepcionalmente fuerte entre matrimonio, sexualidad y amor. El progresivo aumento de los salarios, el rápido desarrollo económico de los años cincuenta habían llevado –salvo en las clases cada vez más restringidas, para las que la noción de patrimonio tenía una importancia real– al declive del matrimonio de conveniencia.

La Iglesia católica que siempre había mirado con reticencias la sexualidad fuera del matrimonio, acogió con entusiasmo esa evolución hacia el matrimonio por amor, más conforme con sus teorías ("Y los creó Hombre y Mujer"), más adecuada para se el primer paso hacia esa civilización de paz, fidelidad y amor que constituía su objetivo natural. El Partido Comunista, única fuerza espiritual capaz de enfrentarse a la Iglesia católica durante esos años, luchaba por objetivos casi idénticos. Así que los jóvenes de los años cincuenta esperaban enamorarse con una impaciencia unánime, sobre todo teniendo en cuenta que la desertización rural y la subsiguiente desaparición de las comunidades pueblerinas permitían que la elección del futuro cónyuge se llevase a cabo entre posibiliades casi ilimitadas, a la vez que le otorgaban una extrema importancia (en septiembre de 1955 se puso en marcha en Sarcelles la política de los "conjuntos urbanísticos", evidente traducción visual de una socialidad reducida al marco de núcleo familiar). Así que no es arbitrario calificar los años cincuenta y principios de los sesenta como verdadera edad de oro del sentimiento amoroso, que hoy todavía podemos reconstruir gracias a las canciones de Jean Ferrat o de Françoise Hardy.

Sin embrago, al mismo tiempo, el consumo libidinal de masas de origen norteamericano (las canciones de Elvis Presley, las películas de Marilin Monroe) se extendía en Europa occidental. Con los frigoríficos y las lavadoras, acompañamiento material de la felicidad de la pareja, llegaban la radio y el tocadiscos, que iban a introducir el modelo de conducta propio del flirt adolescente. El conflicto ideológico, latente a todo lo largo de los años sesenta, estalló a comienzos de los setenta con Mademoiselle Age Tendre (La tierna jovencita) y 20 Ans, cristalizandose en torno a una pregunta fundamental en aquella época: "¿Hasta dónde se puede llegar antes del matrimonio?" Durante estos mismos años, la opción hedonista-libidinal de origen norteamericano recibió un poderoso apoyo de los organos de prensa de inspiración libertaria (El primer número de Actuel apareción en octubre de 1970, y el de Charlie Hebdo en noviembre). Si bien estas revistas se situaban, en principio, en una perspectiva política de contestación al capitalismo, estaban esencialmente de acuerdo con la industria del entretenimiento: destrucción de los valores morales judeocristianos, apología de la juventud y de la libertad individual. Atrapados entre presiones contradictorias, las revistas para chicas elaboraron un compromiso de urgencia, que se puede resumir en las siguientes líneas. Durante una primera fase (digamos entre los doce y los quince años), la chica sale con muchos chicos (la ambiguedad semántica del verbo salir reflejaba, por otra parte, una verdadera ambigüedad de comportamiento: ¿qué querría decir, exactamente, salir con un chico? ¿Se trataba de besarlo en la boca, de los placeres más profundos del toqueteo y el manoseo, de las relaciones sexuales propiamente dichas? ¿Había que dejar que el chico te tocara los pechos? ¿Había que quitarse las bragas? ¿Y qué pasaba con las partes del chico?).

Para Caroline no era fácil; sus revistas favoritas daban respuestas vagas y contradictorias. Durante la segunda fase (poco después del bachillerato), la misma chica sentía la necesidad de una Historia seria (más tarde llamada big love en las revistas alemanas), y la pregunta de entonces era: "¿Debo irme a vivir con él?"; era una segunda fase, pero en principio definitiva. La extrema fragilidad de este arreglo que las revistas proponían a las chicas –de hecho se trataba de superponer, pegándolos arbitrariamente sobre dos momentos consecutivos de la vida, modelos opuestos de comportamiento– no fue evidente hasta unos años después, cuando la gente se dio cuenta de que el divorcio se había generalizado. Aun así, este esquema irreal constituyo durante algunos años, para unas chicas que de todas formas eran bastante ingenuas y estaban bastante aturdidas por la rapidez de las transformaciones que ocurrían a su alrededor, un modelo de vida creíble al que trataron de amoldarse juiciosamente.        

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