El hombre que se enamoró de la luna


Tom Spanbauer
Fragmentos

La trayectoria sexual es sólo una de las formas de contacto entre los seres humanos.

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Creía que estaba intentando buscar a mi madre, pero allí adonde se había ido no había lugar para mí en su interior, y había partido sola.
Creía que estaba enamorado. Y sin embargo sólo hacía lo mismo que cualquier otro pobre desgraciado que yo hubiera conocido. Correr de una madre a una esposa. Con la cabeza aún en el coño de una y la polla ansiosa por follar en el de la otra.
Junto al precipicio, en el punto más alejado del promontorio de roca, el viento se cernía sobre mí y removía la hierba alrededor, soplaba en mis orejas y en mis ojos. Podía oler el viento. Olía a mí. Cogí un trozo de granito acabado en punta. Con el granito marqué un círculo. Me quede en el centro del círculo y en voz alta y clara, le hice saber al espiritú de la montaña, Falsa-montaña, y a cualquier otro que quisiera oírlo, que desde ese mismo instante me había liberado del agujero de mujer. Que había conseguido asomar la cabeza. Que había asomado mi polla. Era libre no tenía cargas.
Y si, de hecho, un hombre necesita a una mujer, lo que haría sería convertir en mujer una parte de mí mismo.

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La mayoría de los hombres, la mayoría de los pobres hombres, cuentan siempre la misma historia de erecciones y eyaculaciones, y siempre son el que la mete a fondo. La mayoría de las mujeres, la mayoría de las pobres mujeres cuentan esta historia, que en realidad poco tiene de historia: tú habla que yo escucho, avísame cuando hayas terminado. Siempre acaban siendo ellas a quien se la meten a fondo. Pero cuando follas las cosas no son así. Follar bien, implica permutarse, luchar, intercambiar relatos y contar mentiras hasta acceder a la verdad.   

Mi idea de la diversión


Will Self 
Fragmentos

La Apuesta de Broadhurst es la manera correcta de ver las cosas al revés, una inversión apropiada de los sofismas de aquel apóstata anoréxico, garabateada en sus notitas adhesivas. La Apuesta de Broadhurst sostiene: Si adoras a la deidad eres un imbécil. Porque si realmente existe, seguro que te perdonará tu negligencia, ya que es todo bondad en estos asuntos, un sensiblero metomentodo. Y si no existe, ¡Bueno!, en el momento de expirar ya te sentirás como un soberano gilipollas, el idiota más grande del mundo. Todas esas horas desperdiciadas en aburridas tómbolas benéficas, todas esas mañanas arrodillado en la iglesia sobre cojines apelotonados, todas esas agonías patéticas: la pérdida temporal y después la breve recuperación del pequeño cambio de fe, de fe en la nada, en la nulidad, en el vacío. No, no, date cuenta de toda la fuerza de la Apuesta de Broadhurst y comprenderás que el padre ausente del Cristo humano se convierte en lo que todos sabíamos que era: un neurótico errante que no paga el mantenimiento de lo que él mismo ha creado. Probablemente se esté gastando sus recursos en algún análisis teleológico, tumbado en un sofá que surca el firmamento. <<¿Por qué?>>, se queja a su loquero <<¿por qué lo hice?>> Pero no puede admitir nada de ello, ¡ah, no!, porque sufre una negación crónica, una negación de la existencia del mundo mismo. Aunque, a pesar de lo dicho, durante algunos momentos particularmente lúcidos y equilibrados tal vez reconozca la realidad de una pequeña parte de ese mundo. Como Liechtenstein, por ejemplo.

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Somos como cocainómanos o masturbadores crónicos, ¿no?Intentamos arrancar la última pizca de desenfreno a una experiencia intrínsecamente mecánica y vacía. Metemos nuestro desatascador en su sitio, erosionamos la piel del clítoris, empujamos el pene y no sentimos nada. No es exactamente nada, es peor que nada, sentimos una chispa o un picor, el equivalente sensual de una imagen residual de la retina. En eso consiste nuestra diversión ahora, no en el pasarlo bien en sí mismo, sino sólo en una cansina referencia a ello. De todas formas, tenemos el convencimiento de que si podemos referirnos una vez más al hecho de pasarlo bien, hacer una declaración firme al respecto, la diversión retornará como los pájaros después del invierno.
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Cada vez que te entregas a un acto habitual te vinculas con los demás. Estos actos habituales son los ritos de la salud mental. Más aún, son la propia salud mental. ¿Entiendes? Y la salud mental no es otra cosa que una mutilación, un terror que te insensibiliza. Y, yo no quiero eso. No, no lo quiero.