El hombre que se enamoró de la luna


Tom Spanbauer
Fragmentos

La trayectoria sexual es sólo una de las formas de contacto entre los seres humanos.

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Creía que estaba intentando buscar a mi madre, pero allí adonde se había ido no había lugar para mí en su interior, y había partido sola.
Creía que estaba enamorado. Y sin embargo sólo hacía lo mismo que cualquier otro pobre desgraciado que yo hubiera conocido. Correr de una madre a una esposa. Con la cabeza aún en el coño de una y la polla ansiosa por follar en el de la otra.
Junto al precipicio, en el punto más alejado del promontorio de roca, el viento se cernía sobre mí y removía la hierba alrededor, soplaba en mis orejas y en mis ojos. Podía oler el viento. Olía a mí. Cogí un trozo de granito acabado en punta. Con el granito marqué un círculo. Me quede en el centro del círculo y en voz alta y clara, le hice saber al espiritú de la montaña, Falsa-montaña, y a cualquier otro que quisiera oírlo, que desde ese mismo instante me había liberado del agujero de mujer. Que había conseguido asomar la cabeza. Que había asomado mi polla. Era libre no tenía cargas.
Y si, de hecho, un hombre necesita a una mujer, lo que haría sería convertir en mujer una parte de mí mismo.

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La mayoría de los hombres, la mayoría de los pobres hombres, cuentan siempre la misma historia de erecciones y eyaculaciones, y siempre son el que la mete a fondo. La mayoría de las mujeres, la mayoría de las pobres mujeres cuentan esta historia, que en realidad poco tiene de historia: tú habla que yo escucho, avísame cuando hayas terminado. Siempre acaban siendo ellas a quien se la meten a fondo. Pero cuando follas las cosas no son así. Follar bien, implica permutarse, luchar, intercambiar relatos y contar mentiras hasta acceder a la verdad.   

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