Punks de Boutique


Confesiones de un joven a contracorriente
Camille de Toledo
Fragmentos


A mitad de los noventas, ya no se entendía el trans–como TRANSGRESIÓN, sino como TRANSFORMACIÓN, CONEXIÓN, HIBRIDACIÓN. No se atentaba contra la piel para provocar a occidente, sino para precipitarlo en su sueño futurista. Ya no abrevábamos en el liquido de las deyecciones y el gozo. Nos inyectábamos información. El asceta y el innombrable nos habían traicionado. Los veía prendidos de los flujos de los flujos electrónicos. A cambio, los flujos exigían su renuncia. Les ordenaban no sólo aceptar, sino desear el capitalismo. “Lo moderno es bueno. Lo fluido es bueno. Luego, lo fluido es bueno”. Todos se inclinaron ante este silogismo. Reverencia, señores. Final del cuerpo disidente. Seguíamos como traidores y como idiotas la linea definida por Deleuze y Guattari en el Antiedipo. Habíamos leído mal. Sin duda, la traición era un hecho Quid pro quo: “¿Cuál es el camino revolucionario? ¿Existe alguno? ¿Retirarse del mercado global […]? ¿O no podría ser el de ir en la dirección opuesta? ¿Ir mucho más lejos, es decir, en el sentido del movimiento del mercado, de la decodificación y de la desterritorialización?”. En esta lejanía viviríamos, a partir de ahora, allí donde el cuerpo disidente endosaba el ideal del capital.

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En la era del encierro, el dandismo de masas describe la condición de un hombre sentado sobre un montón de porquería y que ríe. Se sabe de memoria cada residuo del montón, y como los conoce tan bien, se echa a reír. Algún objeto particular podría emocionarle, pero la suma de sus experiencias con cada uno de los objetos que componen el mundo le quita cualquier deseo de ver en particular. No se niega por ceguera. Más bien, la visión permanente del montón hace a sus ojos vana la consideración de un objeto en particular. No es un bárbaro. Es incluso todo lo contrario. Es un alma sensible, femenina, incapaz de violencia. simplemente ha renunciado. Si se ríe es porque ha elegido vivir sobre este montón de porquería y no contra él. Ha construido en él su casa, su ropero su fumadero y su biblioteca. La risa es su estética… una estética de la resignación. Por lo general, el dandismo de masas aborrece a hacer daño, pero la moral le resulta profundamente aburrida. Ríe por principio, para eludir la seriedad de los que quisieron instruirle en lo que ya sabe. Pero, en la cumbre del montón, a veces siente un profundo hartazgo. Borracho de risas, vacila con la idea de que estar sobre porquería es también estar en ella, y que, de tanto divertirse él mismo sería… inmundicia. Entonces, con la conciencia que ha adquirido de la mediocridad, el dandismo de masas entra en la mediocridad. La roza primero. La ronda. La evita. La toca. Y la acaricia. Y la prueba. Y se zambulle. Y se complace. Entonces comienza el tiempo del enriquecimiento SIN CAUSA. El recuerdo de la desesperación se aleja y deja el puesto totalmente libre para el cinismo. El calculo grosero gana la partida al espíritu de finura. La impostura se mantiene todavía por algún tiempo. A veces, toda una vida. No obstante, todo el potencial de rebelión es engullido y la risa se alza más alto todavía, ineludible y complacido.

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